Desenlace 1. Texto independiente de por sí; forma parte de un juego iniciado junto a la autora, cuya única pretensión consiste en marear al lector, optando él por el desenlace de los hechos que se han narrado.
Texto: Laura Seoane
El plastiquillo
tiembla, indefenso, al ritmo de la brisa suave: parece tener miedo de
desprenderse de la valla y volar libre. ¿Qué
coño pinta ese plástico allí?, refunfuñando,
caminas hasta la
valla para desprender el jirón blanquecino y estúpido que estropea tu paisaje.
De un tirón, separas el pedazo de plástico de su trampa
metálica, y lo estudias con atención: “Fabricado
en M.H.”, se lee en pequeñas letras grises de imprenta ya borrosas. Visto
de cerca, el plástico no parece desgarrado ni roto. Perfectamente rectangular,
tiene más bien forma de etiqueta, como las que vienen en el cuello de la
camiseta, en el cintillo del pantalón o en la costura de las bragas. Esas que dividen a la Humanidad en dos
grupos: quienes las arrancan de cuajo, y quienes las cortan con unas
tijeras.
¡Qué raro!
Te sientas en la hierba a contemplar el paisaje acuoso del
pantano. Las aguas reflejan el cielo como un espejo pulido. Disfrutas de la
calma, de la soledad y del silencio. Recostándote en la pendiente, cerrando los
ojos, piensas “¡Qué bien se está con el
ombligo mirando al cielo!”.
Las margaritas cosquillean juguetonas en tu nuca...
algo más áspero,
más severo,
araña tu oreja.
Extrañado, te
incorporas a medias y, al mirar hacia abajo, ves sorprendido otro brillo blanco
entre el frescor verde: otra etiqueta rectangular, lisa y sobria, sobresale de
entre la hierba como una grotesca flor
artificial. Agarrándola entre los dedos, tiras suavemente de ella, pero
permanece unida a la tierra. Parece tener... raíces. Apretando fuertemente
el trozo de plástico entre el pulgar y el índice, cerrando el puño, apretando
los dientes, con el ceño fruncido, tiras con fuerza, y arrancas la
etiqueta. Ningún hilo, ningún borde desgarrado; perfectamente lisa e intacta,
descansa en la palma de tu mano con las palabras “Fabricado en M.H.”
discretamente impresas en su superficie.
Una ligera taquicardia mientras cabreado te levantas y desciendes de nuevo al camino, en dirección
al pantano. El agua sigue igual de serena, mirándola vuelves a relajarte, y
paseas por la orilla mientras tus pensamientos caracolean sin rumbo. Los
guijarros se amontonan a tus pies, chocando bajo las suelas. Grises, negros,
azules… un destello blanco.
Tu estómago se encoje, tu pecho se cierra, la vista se nubla
ligeramente mientras te agachas
extendiendo la mano hacia el suelo y tus dedos encuentran entre las piedras
el plástico liso y suave, firmemente sujeto al suelo, anclado como el musgo a
la roca. “Fabricado en M.H.”, lees.
Tus nudillos crujen y las uñas se clavan en la carne al
arrancar con fuerza.
Las letras grises están aún más borrosas.
Buscas consuelo en la quietud plateada del pantano, tus ojos
encuentran lo que ya sabían que estaba allí desde el principio. Tenues, casi transparentes,
las letras gigantes se perfilan apenas perceptibles en mitad de la superficie
lisa, reflejando las palabras invisibles
en el cielo.
Hundido, das
media vuelta y enfilas tus pasos hacia el camino. Con la garganta seca, agachas
la cabeza para secar con la manga de tu camiseta una lágrima persistente, y al elevar el hombro adivinas las letras,
diminutas, grises, tatuadas en el hueco de tu axila.
Con la mente en blanco deshaces el camino despacio,
sin hacer ruido, acercándote
a la cama…
Quedan siete minutos para que
suene el despertador.
Acude a ver el desenlace dos
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