Opinión / Pensamiento Divergente / Mundo Bohemio y la Libertad de los Mapas

19 de marzo de 2011

Minutos musicales

Estreno mi portátil de la mejor manera posible: un post en Reflexiones Digitales. Esta vez me ahorro algo de tiempo y vuelco uno de los relatos que he escrito recientemente. Veo mi viejo portátil desde aquí, un Toshiba gris, resignándose a ser protagonista de funerales tecnológicos. Hoy en día, muy de moda.

Ahora pasará a las manos de uno de mis familiares: aprenderá a tener paciencia  (la lentitud es la lentitud) y usar internet. Viejo portátil que soportaste los trabajos de derechos (densos como ellos solos), las horas delante de facebook en Alemania (un año da para mucho) y las prácticas de periodismo en la Uni. También me acompañó a Bolivia, desde donde narré en Teclas sin pulsar todo lo que veía en el tercer mundo, soportando toda clase de críticas, algunas aceptables y otras fuera de contexto, pero cuando se escribe en público se expone una a eso. Finalmente, el soporte tecnológico de mis reportajes, escritos y bohemiadas.

Este artículo trata sobre mi ex vida como violinista. Hace ya tanto tiempo de eso. Era una chavalilla. Coleta, gafas y violín. Ahora he cambiado un poco. Así que frente a una página en blanco,  decidí rescatar uno de los mejores momentos de mi vida. Intenso, precioso y emocionante. Pero no quiero adelantar al lector lo que por su propia inteligencia pueda deducir, así que ahí va.

Me acuerdo del día que crucé aquella puerta; valiente, nerviosa y resbaladiza. Mi madre y mi profesora se quedaron fuera. Ensayaba aquella escena en mi cabeza, pero en tiempos reales sientes que el entrenamiento es ineficaz. Coloqué el violín bajo mi barbilla, el arco sobre las cuatro cuerdas afinadas en extremo, me posé sobre mis dos piernas y artificialmente erguida vencí el primer momento. Frente a mí, tres personas ajenas a todo suspiro musical. Un minuto. A eso se reduce el cómputo anual de cuatro horas diarias de ensayo. Mi profesora me habló muchas veces de ese minuto. Ni siquiera la partitura más compleja del mundo produce tal miedo. Solía imaginármelo. Temblaba. Yo misma fui un temblor.

Mientras tocaba las primeras notas de Vivaldi, pensé en lo mucho que temblaba el arco. Cuando ensayaba la partitura intentaba robarle el talento a Vivaldi, experimentar lo que a él le sucedió para sentir ese placer fruto de conexiones melódicas que acallan cualquier lágito en el mundo. Pero frente a los tres jueces, el discurrir natural sobre las cuerdas del violín se volvió accidental. Me abrumaba. Sabía que existía un margen de error. Pero nunca pensé que sería tan explosivo. Un minuto: intervalo al que todo violinista debe enfrentarse, a primera vista fugaz, pero en realidad extremadamente largo.

El acto llegó a su fin y volví a cruzar esa puerta. Me reuní con mi madre y mi profesora. Empecé a llorar. Poco después, los tres desconocidos abandonaron el estrado. Me volví desempleada de toda herramienta humana para hacer frente a una situación que temía desde hacía mucho tiempo. No me han seleccionado, pensé. El portavoz simplemente me dijo sí.

En ese lugar quedaron los ensayos de fines de semana mientras mis amigas ligaban con los chicos en el bar del pueblo. Yo allí. La baba mental iniciaba un nuevo minuto. Giré la vista hacia mi madre, después hacia mi profesora y por último, hacia mí misma. Lo conseguí. La calma previa a convertirme en solita de un público exigente, los dedos en perfecto pose sobre la cuerda, el impulso del arco y la creación de miles de colores musicales que escapan de la realidad. Desde entonces, los minutos miden mi vida.

Sí, efectivamente. Se trata del instante en el que me enfrenté a un año de duro trabajo para poder acceder al conservatorio de San Sebastián. Ese instante ha sido determinante. Desde entonces, supe que conseguiría todo aquello que me propusiese. En el buen sentido, por supuesto, jamás aplastaría a nadie para llegar a aquello que quiero. No me gustan las comparaciones, las envidias y  los malos deseos para los demás. A mí me gusta ver a la gente contenta y feliz, sin frustraciones, luchadora por lo que quiere. Así recuerdo yo ese instante.

Un año después decidí abandonar la música. 10 años de música llegan a su fin. Desde mi escritorio, veo la funda de mi violín. Verde, llena de polvo y con mucho encanto. Ahora aguardo al minuto previo de colgar el link en mi face, coloco cuidadosamente los dedos sobre el nuevo teclado (existe un Supr.!!) y espero a que el público comente. Así que, ahora, me toca a mí aguardar.


2 comentarios:

  1. Con este relato me has hecho recordar a mí los nervios previos a la prueba, y como te animábamos a que fueras a dar todo de ti, cosa que siempre has hecho hicieses lo que hicieses. Esa sonrisa que lucías cuando te preguntamos si te habían seleccionado o no, con miedo a que nos dieras una negativa, y la sonrisa de orgullo que se nos dibujó cuando supimos que sí.

    Me has hecho recordar tiempos pasados, tiempos de personas jóvenes con todo un mundo por delante.

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  2. Aún lo tenemos Ido!!!!muxas gracias por tu comentario, es muy bonito. Sí,sí, me acordé de ese instante!!!qué nervios pasé :)))))

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