Opinión / Pensamiento Divergente / Mundo Bohemio y la Libertad de los Mapas

22 de enero de 2011

Micro-aventuras

En los autobuses puede encontrarse la esencia de la humanidad. O eso creo yo. El tema de hoy trata sobre la aventura que supone subirse a un micro (término usado en Bolivia para el bus), tanto para ir a la ciudad como para volver. 40 minutos de trayecto desde mi barrio. Éste es el tiempo que uno invierte para poder llegar al centro de la ciudad. Una gran experiencia porque suele ser muy divertido. Solo cuesta 1,5 bolivianos (=0,15 céntimos) y si uno tiene la suerte de encontrar un asiento, mejor que mejor. A mí me gusta del lado de la ventanilla para poder ver qué ocurre fuera. De vez en cuando pienso en mis cosas, otras me limito a mirar. 

Tenía ganas de escribir este artículo. Ya lo pensé cada vez que salía de la redacción del Diario Vasco. En el urbano, cuando me dirigía a casa, la situación siempre conseguía arrancarme una sonrisa, a veces, incluso una carcajada. Recuerdo aquellos turistas absolutamente desorientados, dejándose guiar por la amabilidad del conductor. Aquellas parejas besándose con pasión (en ocasiones, era un poco desagradable). Especialmente, me ha venido a la cabeza una pareja de ancianos que miraba atónita cómo una cuadrilla de punks entraban en el vehículo con sus pintas y se dejaba fuera el decoro. Los ancianitos miraban una y otra vez hacia atrás, incrédulos por verles con aquel pelo, la ropa... Me pareció muy gracioso. 

La situación de hoy también me ha producido risa. Después de un día muy caluroso, asfixiante, tras visitar un mercado de artesanía en el que he encargado un sombrero de paja (me encantan) y tomar una buena jarra de zumo de naranja y maracuyá, a las 19:30 de la tarde hemos parado un micro, nos hemos subido y dos de nosotras (somos tres) nos hemos colocado en la parte de atrás del conductor. A su lado, se encontraba el que seguramente era su hijo y encargado de cobrar el pasaje. La música sonaba y hemos empezado a medio cantar, así que vista nuestra actitud han subido el volumen. Parecía que nos encontrábamos en una discoteca andante

Antes de que el micro empezase a llenarse, me ha hecho gracia que el conductor se riera de un pobre chico, extranjero, que ha estado a punto de ser atropellado por el caos de los vehículos. Cuando digo llenarse, me refiero a una situación en la que no caben más persona. Anabel ha cedido su asiento a una mujer que llevaba a su bebé. La niña era preciosa y he empezado a hablar un poco con la madre y a hacerle algunas tonterías a la chavalina. 

Después, a la altura de la Ramada, se ha subido un hombre cargado de bolsas cuadradas. Una canción ha empezado a sonar. La Bella y la Bestia, del grupo Porta, una melodía medio rap que habla sobre la violencia de género y que denuncia la necesidad de las mujeres de no callar y no aguntar esta lacra social. Y aunque el rap no sea mi estilo, la canción está bien porque acierta con la letra. Lo que puede aplicarse tanto en España como aquí. Mirando por la ventanilla me he acordado de todos esos infiernos que determinadas personas me han contado y he deseado que el final de sus historias no sea la misma que la de la canción. 

Tras 40 minutos, con la música a tope (Lady Gaga, el Paparamericano que empieza a ser común escucharlo, entre otros) hemos llegado a nuestro destino, no antes sin recibir un cordial saludo por parte del chavalín, que a lo largo de todo el viaje mostraba una actitud un tanto... inquieta, podría decirse. 


Tampoco sin que el conductor nos advirtiera de que tuviésemos cuidado con los pelaos. Al salir del vehículo, lo primero que he preguntado ha sido ¿y qué es un pelao?

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