Opinión / Pensamiento Divergente / Mundo Bohemio y la Libertad de los Mapas

22 de enero de 2011

El día más largo de mi vida

Tecleo desde Bolivia. La aventura ha comenzado en la madrugada de hoy, cuando por fin he pisado suelo cruceño. Aún en estado de shock, estoy contenta, con un poco de morriña, algo desubicada por el cambio de horario (cinco horas menos), por el clima (es primavera y en breve, será verano) y por el entorno.

Explico cronológicamente. El vuelo estaba programado para las 21.00 horas. Así que bastante nerviosa (siempre tiendo a la risa en este estado) y con tres horas de antelación, mi hermana, su novio y una muy buena amiga nos encaminamos hacia Barajas. Una vez envueltas todas las maletas (en los aeropuertos no me fío ni de mí misma), facturé y me dirigí al control policial. Después tuve que pasar otro control, hasta finalmente embarcar.

¿Cómo describir un vuelo que dura doce horas? horrible. No sé si para los que iban en primera clase fue mejor. Después de diez horas apotronada en una silla de mala muerte, las piernas se solidifican, la desorientación se une y solo tienes un único pensamiento: llegar cuanto antes, aunque de forma perezosa, porque a la salida te esperan tus maletas (en caso de que no haya ningún problema) y un nuevo control policial.

En los vuelos siempre se conoce a mucha gente. Demasiadas horas, pantallas inhabilitadas (una peliculilla o una juego quedan descartados) y un libro de Isaac Asimov que hace imposible leer durante más de dos horas seguidas. Comienzas a hablar sobre por qué vas allí, de dónde provienes... lo típico. En una de estas esporádicas conversaciones el capitán del vuelo pasó a mi lado, se detuvo un instante a hablar con una chica y conmigo y finalmente nos invitó a subir a la cabina de los pilotos, situada en el segundo piso del avión.

No teníamos nada que hacer, tampoco que perder, así que bueno, allá fuimos. Sin darme cuenta, estaba a las 12.00 de la noche en la cabina de los pilotos (muy bonita, con teclas por todas partes que dan ganas de tocar), con tres pilotos que no había visto en mi vida y una chica con la que había cruzado tres fases. Todo esto, mientras me tomaba un café (cortesía de los señores), sobrevolábamos las Canarias, escuchaba música de uno de los mp3 de los pilotos y hablaba sobre libros con el capitán. Hasta que el piloto empezó a contarme que solía ir a cazar gepardos en Bolivia, momento en el que decidí poner fin a este extraño hecho y me bajé a mi asiento.

Después de aterrizar a las tres de la madrugada de aquí, ambos curas ya me estaban esperando. También 27 grados de temperatura, un jeep y una llanura impresionante. A partir de ahí, ya estaba en América Latina, en un destino que había programado con mucha antelación. En ese momento, me acordé de Kapuscinski, de cómo decía que los vuelos no permiten que el viajero se adapte al nuevo paisaje, sino que te colocan en un nuevo mundo sin apenas ser consciente. Acto seguido pensé, a la mierda Kapuscinski, aquí no tiene cabida.

A través de la cristalera del jeep se avistaba un paraje muy extraño. Por lo menos para mí. Todo expandido hacia todos los lugares, coches viejos circulando por la carretera, casas, chabolas, pequeños negocios... extraño.

Ambos curas me han recibido muy bien. Son muy simpáticos y muy amables. Estoy sola en una gran habitación y espero no brotar con tanta religión a mi alrededor. He ido a una misa (me he dedicado a sacar fotos y hablar con la gente), me han pedido consejo espiritual (y yo no sabía muy bien qué responder porque no entiendo de esas cosas), y he asistido a una gran comida en la guardería en la que el martes comenzaré a 'trabajar'. Cinco horas en las que se me han acercado muchísimas personas para darme la bienvenida. Algunas me miraban mucho, otras me han tocado el pelo y todas me han sonreido. Soy incapaz de recordar el nombre de todas.

Mañana iré a la ciudad. Ya os contaré. Un día haré un recopilatorio de todo lo aprendido hasta el momento. Hoy no. No me apetece.

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