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22 de enero de 2011

Mosquitos y San Salvador

¡Qué importante es la salud! Eso mismo pensé cuando salí por cuarta vez consecutiva de San Salvador, una pequeña consulta médica situada a diez minutos de mi casa. Generalmente, no apreciamos lo bien que nos sentimos, hasta que ocurre lo contrario. Podría haber llamado a mi seguro, que me comunicaran a qué hospital acudir, una hora de desplazamiento en micro y haber ido allí. Deduzco que mi seguro no tiene convenio con ninguno de los centros médicos del octavo anillo y, con tantas cosas que hacer, se siente pereza. Así que San Salvador alcanza.

Durante mi mochileo por Bolivia fui la persona más feliz del mundo. En el altiplano hay mal de alturas, pero no mosquitos. Si me diesen a elegir, optaría por el primero, porque el segundo consigue enervarme seriamente. En Santa Cruz no tengo opción entre ellos y el calor asfixiante. Solo queda tomar las precauciones correspondientes: dormir con mosquitera, untarse de repelente cada dos horas (no lo cumplo estrictamente), evitar ropa negra (inevitable para mí) y usar manga larga (imposible por el bochornoso calor).

En mi cuarta consulta, el doctor me conocía de sobra. De hecho, los cinco minutos en su despacho se desarrollaron entre quejas por mi parte, risas por las suyas y lamentos por parte de mis amigas. Y es que nada más entrar por la puerta, me dijo, "señorita siempre viene por la misma razón". Efectivamente así es.

Así que me dispongo a relataros cronológicamente esta sucesión de acontecimientos médicos, nada afortunados para quien los sufre, pero bueno, me consuelo pensando que, mientras que se trate de eso, no hay que quejarse excesivamente. Peores cosas pueden suceder. El dicho de 'a la tercera va la vencida', pura tontería. Lo del 'rh negativo de los vascos', completamente absurdo. Soy la única vasca entre las voluntarias y la única que ha tenido que acudir tantas veces al médico.

En una primera impresión, la consulta me produjo un sentimiento de desconfianza. Una se acostumbra a acudir a Osakidetza: grandes hospitales, limpieza en los suelos, las recepticionistas que dan la vez, las salas de esperas y las consiguientes esperas innecesarias...

Aquí no sirve. Lo primero, es necesario acudir a la farmacia de la que es dueño el centro médico y pagar 20 bolivianos por una ficha para la consulta (más o menos dos euros, aunque no sé con exactitud cuánto habrá bajado el euro ). Una vez posees la ficha, accedes al centro médico, que podría describirse como un bajo de unos 60 metros cuadrados, dato probablemente incorrecto, porque no se encuentra entre mis habilidades el medir los metros cuadrados de un sitio.

Una vez dentro, lo primero, un pequeño hall bastante limpio, en el que has de rellenar una ficha cuando acudes por primera vez. En mi caso, soy más que conocida. Inmediatamente después, te ofrecen un termómetro para medir la fiebre, sin haberte consultado previamente. Yo siempre rechazo esta opción, lo mío son los mosquitos, no los catarros, ni las gastrontiritis... Una vez saltado este paso, te pesan y después a esperar.

La espera se prolonga hasta que a lo lejos se escucha un grito, que descifro, con grandes esfuerzos, como mi nombre. Entro en la consulta, doy la mano al doctor y comenzamos a hablar.

Todo este proceso se repite cada vez que se acude al lugar. En la consulta tampoco varía excesivamente. En la última lo novedoso ha sido el dengue, que se contagia a través de los mosquitos, se encuentra activo y provoca fuertes dolores de cabeza, fiebre alta, dolor muscular y un cansancio que te apotrona en la cama. Sería todo un reto matemático no contraerlo con la cantidad de mosquitos que se apoderan de mi sangre. Después, siempre pinchazo antiestamínico y tableta antiestamínica. Con la receta en la mano, vuelta a la farmacia, te comunican el precio que has de pagar, respondes afirmativamente y vuelta otra vez a la enfermería.

Una vez acabado todo y tras preguntar a la enfermera cómo se puede dedicar a pinchar a la gente (me parece básico, pero muy desagradable), una sale contenta y feliz. El pinchazo es el punto de partida que elimina una serie de factores que podrían desencadenar en una nueva consulta. Allá va, el pinchazo elimina el picor, por lo tanto baja el hinchazón y el picotazo empieza a adquirir un color rosa-rojo que a lo largo de los días va desapareciendo. Por lo tanto, no se siente la continua necesidad de arrascarse y, consiguientemente, no se infecta, de forma de que no es neceario acudir nuevamente a San Salvador para que te curen las heridas.

Lo malo, ¿es posible ser adicta a la cortisona?. Y peor aún, veo alejarse el Congo de mis futuros viajes, cada nueva consulta en San Salvador frustra mis expectativas de conocer África. Malditos mosquitos y maldito dinero, porque si no lo tuviese, hubiese sido incapaz de pagarme los pinchazos y los medicamentos. Claro que yo tengo un seguro médico. A pesar de ser abasallada por ellos, por lo menos, tengo con qué remediarlo. Lo que sí hay que tener en cuenta es que no siempre ocurre en la población del octavo anillo.

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