Opinión / Pensamiento Divergente / Mundo Bohemio y la Libertad de los Mapas

29 de marzo de 2012

¿Y tú qué te cuentas?


Una vista bonita para acudir a un recital/ Gasteiz. J.M

Este es el nombre del recital en el que participé ayer en la biblioteca pública del centro cívico de Judimendi (Vitoria/Gasteiz). Adictos a la escritura creativa leímos en alto textos que habíamos escrito con anterioridad. 

El asqueamiento de la negatividad social debido a la crisis económica, una mujer musulmana que llega a España y conoce el término derechos humanos, el nombre 'yo' en la vida de un hombre despreciado por sus padres, el robo de bebés en la época de la dictadura, una caperucita roja drogadicta... fueron algunos de los textos que mis compañeros eligieron para leer en alto. 

Yo opté por una carta de amor que escribí a George Orwell, publicada en RD hace ya algún tiempo y destino también para una posible colaboración en una revista en la que editores desconocidos decidirán si se publica. Al acabar el acto, una de mis compañeras me preguntó por qué me gustaba tanto Orwell. Respondí que no es uno de los mejores novelistas en literatura, pero admiraba en él no abandonar sus convicciones y principios, en especial, la humildad que se aprecia entre sus líneas y su respeto por un lector inteligente, de segundo grado. 

"Vivimos en una época en la que todo debe resplandecer, aunque por dentro esté podrido", pienso instantes después de que la autocensura intente hacer de las suyas. "Todo reluce y por dentro está podrido", reproduzco mentalmente, más aún en primavera; las personas no saben si vestir una chaquetilla o aliarse con el abrigo, muy en línea con un desquecie social general y una negatividad imperante que se esconde bajo sonrisas amargas (humilde opinión). 

Recluida bajo las órdenes de ser sincera, admito que estaba muy nerviosa en el acto. Me temblaban las manos, aunque la voz parecía serena y el ritmo acorde con las líneas. Me pregunté por qué me ocurría. Si no me cuesta hablar en público, ni charlas con unos o con otros, contar historias, soltar mi rollo a personas que quieren saber a qué rollo me dedico... 

Intimidad. He ahí. Mostrarte. Publicar en persona tu propia desnudez textual. Escribir implica un acto solitario e íntimo, solo así la voz interna encarna lucidez lineal y la tinta del bolígrafo consigue fluir sola, hasta convertirte en una herramienta entre esa voz interna y las palabras que se impregnan en un texto que reescribes cuarenta veces. 

Después te plantas frente a un público que no conoces, y les hablas de un sentimiento de menosprecio, incomprensión y soledad a lo largo de gran parte de tu vida. Tu voz no se quiebra cuando admites sentirte una persona cobarde, pero como escritora te sientes en la obligación moral de ser valiente. No tartamudeas cuando explicas en qué consiste la soledad más absoluta del alma. Continúas recitando sobre impulsos demoníacos que te obligan a permanecer en un sitio que no te gusta por deber moral de contar la verdad, la tuya por supuesto, aunque luzca ante los ojos de todos, pero nadie la dice y no puedes guardarla porque cuando estás en Madrid, Alemania o Bolivia te carcome y sabes que huyes, así que vuelves y escribes sobre tabús de tu tierra, de tu identidad y de tu encadenamiento a una sociedad que no te gusta en absoluto, porque coincide que no te gustan los tabús, después haces referencia a las presiones de la locura, a la irrealidad de una mente que se niega a volver al lugar donde habitan las personas y cuando lo hace es un desastre... 

La voz se serena, el mundo que recitas te absorbe, por unos minutos vuelves junto a George Orwell, pero las manos te tiemblan frente a esas personas. 

¿Y cuál es la imagen que quiero dar en Internet si admito 
ante mis lectores temblar cuando leo en alto un texto que he escrito? 
La de inseguridad, miedos y falta de valentía. 

"Hay que decir la verdad aunque el mundo estalle en mil pedazos" (Fichte). 
Fue la frase que elegí para describir qué opino sobre literatura, 
sobre mi vida y sobre Reflexiones Digitales.

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