Opinión / Pensamiento Divergente / Mundo Bohemio y la Libertad de los Mapas

14 de abril de 2011

Las letras, aniquiladoras de la desesperanza


Víspera del Día Internacional del Libro. Uno de los mejores días que puedan existir. Emocionada ante la oleada de actividades culturales que se avecinan en Vitoria, me he centrado en la creación de una gran frase: la liberación de los libros, las frases y las letras. Escribir. Leer. Grandes actividades en papel y en digital al servicio de la humanidad. 

Absorta en mi mundo interior, he estado pensando qué han significado para mí los libros. Libertad. El lector no puede hacerse una idea del tiempo que empleo en extraer su significado real. Creo que ya lo he encontrado. Después, sucesivos artículos mentales. Escribo más pensando que en el acto real de escribir; fumando un cigarrillo en el porche de mi casa; paso ligero por la calle rebelándome contra mi acostumbrada impuntualidad (la rebeldía también es bastante común);  mientras tomo la cerveza que pone fin a una noche demasiado larga; cenando con alguna amiga o en el instante posterior al que cierro la tapa del libro que siempre deposito en la mesilla. Si tuviese una grabadora interna, hace tiempo hubiese publicado ya mi novela. Aunque se trataría de un ensayo, porque mis artículos mentales tratan sobre crítica periodística, despecho a la política española, resistencia a  la presión social o sobre el absurdo alcance del dinero en nuestra sociedad. 

Absurdo también intentar recostruir uno de esos artículos mentales. Nunca lo consigo. Se disuelven en cuanto me acerco a mi cuadernillo. Una pena, creo que son bastante interesantes. Los libros son geniales. Conllevan a la libertad. Un concepto en desuso y recluido a una pequeña minoría, que somos nosotros, los que vivimos en el denominado "Primer Mundo", aunque pocos se atreven a utilizarlo. Joseph, amigo mío italiano, me recordaría en este momento que yo también formo parte de la masa y no podría hacer otra cosa que asentir.

Aun no había cumplido tres años cuando fimé con una X mi primer carnet de la biblioteca. Recuerdo aún aquellas letras extrañas dibujadas en una pizarra. Después, la lectura de los que mi madre compraba en el Círculo de Lectores y las veces que yo escondía, no muy disimuladamente, los libros en la biblioteca para que no se los llevaran otros.

George Orwell me mostró el fascismo de los gobiernos, sin necesidad de que fueran dictatoriales, y me obligó a no creer en cifras que gobiernos y medios de comunicación arrojan: hará 20 años que un 4 de agosto no hace tanto calor. Extraño que estadísticas así se registren.  Dutschke me mostró el poder intelectual de la Universidad. Ortega y Gasset justificó la existencia de la denominada "fauna". John Pilger me abrió la puerta a un periodismo dinámico y no muy publicable. Jane Austen me trasladó a aquella elegancia de las letras. Así podría poner muchos ejemplos. 
 
Siempre he escrito. Es mi esencia. En los buenos y malos momentos. Como vía de escape, entretenimiento y  manera de plasmar recuerdos. En mis primeros días en Alemania, sin saber muy bien qué hacía en aquella ciudad, salí a la calle a buscar mi cuaderno de reflexiones. Lo compré, pero era tan bonito, que me dio pena utilizarlo y otro ocupó su lugar, en especial, en la orilla del río Mosel junto a un muchacho que solía ir a pintar. Allí estábamos los dos, mirando al vacío, pero plasmando en aquellos cuadernos lo que más allá veíamos.

Escribo en muchas partes: la cafetería del Artium, el Templo de Deboth, la cafetería bonita de Mondragón, un tren rumbo a Venecia, en el autobús hacia Madrid e incluso, en una clase teórica del carnet de conducir, harta de las explicaciones de un profesor que atiende más al bótox de sus labios y a las faldas de una de las alumnas que a la velocidad genérica máxima en una autopista. 

Leer y escribir fueron mi esencia en Bolivia. Allí nació Teclas sin pulsar, un blog inolvidable para mí, los reportajes y la firme convicción de que el Capitán Trueno nunca abandonaría las paredes de la guardería. Hace poco, Ana y yo llamamos a Bolivia. Charo, cocinera de la guardería y alumna mía en el taller de escritura, me dijo que había aprobado el curso. Me alegró mucho. Después hablé con su hermana Verónica, otra de mis alumnas. Mujer que escribía textos apasionados, impregnados por la tinta del odio, la rabia y la desesperación. Yo corregía sus redacciones, me acercaba a ella, hablábamos sobre el contenido y se deshacía en abrazos. 

Cuando hablé con Mileisa, otra de las educadoras, me comunicó que su hermano seguía en la cárcel. Aquel hombre que tuve la suerte de conocer, que me contó toda su historia, cuya mirada me mostró el significado real del dolor, la agonía y la injusticia. Tras aquella conversación, abrí mi cajón de periodismo y saqué el reportaje. Hará unos meses se lo presenté a José Gabriel Mújica, director del DV y un gran tipo, pero no me lo publicó porque no tenía fotos. No pude introducir mi cámara. Tampoco me atreví. Me he decidido a contactar con determinados medios para que vea la luz, no por dinero, ni siquiera por el  éxito, sino porque su historia merece ser conocida. Es la única aportación útil que puedo realizar. Inolvidables también las cartas que mi hermana y yo solíamos intercambiarnos cuando yo regresaba a Madrid. Ella las escondía en mi maleta y yo se las dejaba encima de la mesa.

Constantemente me paseo por las librerías. Aquella de segunda mano en Trier, donde mensulamente compraba dos o tres libros en alemán, nunca pasaba de la décima página. En Santa Cruz de la Sierra aquella librería extraña, sombría, con un hombrencillo muy gracioso, grandes gafas y concentrado en la lectura apoyado en una gran mesa de madera. Allí compré un libro que creo está prohibido en Europa. Me emocionó la idea. En Vitoria he encontrado a la librera más simpática del mundo. Es rubia, alta, joven y delgada. Siempre me pregunta si soy escritora y yo le contesto que en ello estoy.

Siempre he girado en torno a las letras. Sería un error no intentar vivir acosta de ellas. Nos abren caminos. Privan a la vida del significado que la mayor parte de la sociedad le atribuye: el éxito, la estética, lo estereotipado, la frustración. Con ellas soñamos. Soñar es importante, porque solo así se ejercita la acción. Aniquilan la incomprensión y la desesperanza. Muestran otras vidas; diferentes o iguales. Asimilan la pobreza con la felicidad. La fealdad se vuelve destello. Lo imaginario puede hasta convertirse en real.

2 comentarios:

  1. Te planto el link...jijij
    BRABO LIBRE YA!!!!
    UNIROS!!!


    http://www.facebook.com/note.php?created&&note_id=10150221885599903#!/pages/Freemanubrabo-Outoflibya/194962760539619

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